domingo, 7 de septiembre de 2008

La rabia en niños de 1 a 5 años


“La rabia es un sentimiento y como tal, no es bueno ni malo, porque es algo que no depende de nuestra voluntad. Uno no puede fabricar la rabia, sino que se siente espontáneamente”, asegura el psiquiatra infanto-juvenil Hernán Montenegro. Por eso, considera que castigar a un niño porque siente rabia o decirle frases del tipo ‘tú no tienes derecho a estar con rabia’, es “una barbaridad”. Pero -aclara-una cosa es el sentimiento de la rabia y otra muy distinta es la conducta (la acción que deriva de esa emoción), que sí se puede controlar.

La idea es que el niño entienda que es totalmente válido enojarse, pero que no por eso tiene la libertad para convertir ese sentimiento en una conducta violenta. Si necesita expresar su rabia, debe aprender que existen formas de hacerlo sin desquitarse con el resto.

El origen de la rabia

El doctor Montenegro explica que la rabia se produce generalmente como resultado de una frustración, es decir, frente a un hecho o situación que no se produjo como el niño quería; no le prestaron un juguete, un amiguito lo insultó, no le compraron lo que pedía, etc.

A esta edad, ellos aún no son capaces de tolerar la frustración y tampoco tienen la capacidad de ponerse en el lugar del otro y entender, por ejemplo, que su agresividad o impulsividad puede herir a los demás. Como además durante este período se sienten el centro del mundo y esperan que todo les resulte como ellos quieren, es relativamente fácil que ante un escenario desfavorable para sus propósitos, exploten o hagan rabietas.


Y si bien este tipo de conductas son propias de la edad, también hay otros factores a considerar. En los casos más severos de irritabilidad, ésta podría deberse a una alteración psíquica o ser producto de una lesión orgánica. También puede ser el síntoma de alguna enfermedad, como sucede con las llamadas distimias epilépticas o bien, ser la forma que encontró el pequeño para ocultar una depresión.

Asimismo, la excesiva impulsividad infantil -que a veces se confunde con agresividad- podría ser por un problema de déficit atencional. Es por eso que los padres deben estar atentos frente a cuadros muy intensos o que se prolonguen en el tiempo y, si lo consideran necesario, consultar un especialista que pueda descartar este tipo de patologías, que en todo caso son un porcentaje menor.

Una situación bastante más común según este profesional, es “ver que niños deprivados sentimentalmente, es decir, faltos de afecto, atención o maltratados, muestren una irritabilidad crónica”. Un dato para tener en cuenta.

‘Malas pulgas’

Indudablemente hay personas más enojonas que otras, porque el carácter –así como el color de ojos o la estatura- es una cualidad que se hereda. “Ciertas características del temperamento del niño vienen genéticamente determinadas y la intensidad con que se expresa el estado de ánimo también es un rasgo tempe-ramental”, afirma el doctor Montenegro, aunque -matiza- depende mucho de cómo esa característica personal se ajuste con el medio ambiente. En este sentido, el rol paterno es fundamental. Incluso en los casos más complejos, ellos pueden modelar la conducta del hijo, principalmente a través de dos vías: proporcionándoles un buen modelo de comportamiento y respondiendo de la forma correcta antes sus rabietas. “El modelo que den los padres es importantísimo”, acota el especialista.

Pero no se pueden justificar las rabietas del niño atribuyéndolas exclusivamente a la genética. Como señala Montenegro, este rasgo personal puede ser mitad heredado y mitad aprendido.
Así, por ejemplo, es posible que el niño se haya dado cuenta que sus ataques de ira son la mejor forma de conseguir lo que quiere. En estos casos, el especialista recomienda no dejar que el pequeño logre su propósito -que los padres respondan a sus demandas cuando se comporta de manera agresiva- sino todo lo contrario: que se percate de que va a conseguir la atención de sus padres sólo en la medida en que tenga un buen comportamiento. “Pero si los papás están pendientes de su rabieta, eso va a reforzar su conducta”, asegura, a la vez que sostiene que "el niño debe saber que si se porta mal, eso tendrá un costo para él".

Más que retarlos, es preferible refozar sus conductas positivas, felicitándolo o premiándolo con atención y afectos cuando logre controlar sus actos.

Una buena alternativa es distraerlos de la situación que lo enfurece, cambiarles el tema. Y en otro momento, cuando el pequeño ya esté calmado, conversar con él respecto de lo que sucedió, por qué se disgustó tanto y de qué otra forma podría haber reaccionado. Ponerse a discutir o hablar con él en ese mismo instante es inconveniente. No sólo porque el niño no está en condiciones de atender, sino porque percibe que a través de su conducta agresiva logra un efecto. Para llegar a ellos es muy importante buscar empatía. "Si está enojado, decirle 'entiendo que tengas rabia', y permitir que la exprese", pero de manera adecuada, dice el especialista.

Furia desatada: cómo enfrentarla

Aun cuando hay niños más irritables que otros, según Montenegro, en la mayoría de los casos los comportamientos agresivos se deben a un mal manejo por parte de los padres. En este sentido, el especialista recomienda:

* Desconcentrarlos de su rabia y centrarlos en otra actividad.

*Empatizar con ellos y sus emociones. 'Te entiendo. A mí también me habría dado rabia' y buscar juntos mejores formas de reaccionar para la próxima vez. Ayudarlo a verbalizar su enojo y a desarrollar hábitos para calmarse a sí mismo. Por ejemplo, aprender a respirar profundo, contar hasta diez, decir frases que lo calmen, aprender a ponerse en el lugar del otro, etc.

*Analizar la propia conducta, como mo-delo. Preguntarse cómo nos enojamos los adultos y tratar de mostrar nuestra ira de manera controlada.

*Descartar causas fisiológicas. Especial-mente los más pequeños, pueden estar irritables porque tienen hambre, sueño o están cansados.
*Bajarle el perfil a la situación que lo enoja. Si se indigna porque se le desarma una torre, demostrarle que eso no es tan importante, decirle "a mí también me costaba" y que con paciencia, lo puede hacer de nuevo. Se dará cuenta que todo es más fácil cuando está relajado y contento.

Fuente : Padres OK


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