sábado, 18 de julio de 2009

Para orientar vocacionalmente a nuestros niños


Cada persona es única y desde que nace tiene una forma diferente de asimilar las experiencias, muestra un comportamiento distinto y tiene una manera singular de reaccionar frente a los estímulos.

Desde la más tierna infancia cada niño va expresando su modo de ser, sus gustos y sus preferencias; se relaciona selectivamente y aprende de sus experiencias, identificándose con las personas significativas de su entorno.

Las diferencias individuales se pueden observar entre hermanos, que aunque hayan sido criados de la misma manera son completamente distintos; porque cada uno de ellos se ha identificado en forma selectiva con quienes comparten su vida; de manera que sólo integran los rasgos de personalidad que les agradan y no incorporan los que les desagradan.

Los padres deberían ser los primeros orientadores vocacionales, detectando tanto las habilidades particulares como las aptitudes e intereses de sus hijos, y propiciando el desarrollo de sus facultades especiales.

La infancia es el mejor momento para descubrir vocaciones, porque un niño aún no está contaminado por la cultura ni ha desarrollado prejuicios que lo confundan.

El esquema corporal y la personalidad son dos indicadores importantes que contribuyen a la orientación vocacional desde la infancia, así como también el poder darse cuenta de cuáles son las experiencias que los hacen más felices.

El juego muestra los intereses de un niño. Aunque los juguetes suelen diferenciarse por sexo y por lo general son comunes a todos los chicos; es evidente que los niños seleccionan aquellos con los que les gusta jugar, descartando los que no les interesan y cuando juegan con ellos los emplean de distinta manera.

Los chicos que rompen sus juguetes, generalmente para ver que hay adentro, son curiosos y están demostrando una tendencia hacia la investigación y las tareas manuales. Otros niños los cuidan con esmero y llegan a conservarlos hasta que son mayores. En este caso es evidente que se trata de personas que pueden destacarse en tareas minuciosas, que exigen cuidado con los detalles como cualquier tarea científica o técnica que requiera precisión.

El juego es el aprendizaje de la vida, es el ensayo necesario para la vida adulta que muestra de una manera clara y sencilla la inclinación de una persona y sólo necesita dedicarle tiempo a la observación.

Incentivar el juego es también recomendable, como también es estimulante proponer a los chicos crear sus propios juegos con los materiales que ellos elijan.

No se trata de comprar juguetes caros, porque los niños tienen una gran capacidad simbólica y para ellos un bollo de trapos se puede convertir en una pelota, una lata en un instrumento de percusión o unos fideos en cuentas para un collar.

Los disfraces son también indicadores vocacionales, porque los niños también eligen de qué se quieren disfrazar y esa elección tampoco es casual.

Desde el jardín de infantes se deberían registrar los indicadores vocacionales de cada niño en función a las elecciones que hacen, los rincones que seleccionan para jugar y la forma en que se relacionan con los demás.

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