Entre las múltiples y variadas actividades, que ejercemos como padres, hay algunas que probablemente no sean visibles a nuestros ojos. Imagínense entonces que entre ellas existe una misteriosa y sutil tarea que nos convierte en “espejos” de dimensiones exageradas. Grandes espejos en los que nuestros hijos comienzan a verse “reflejados” de a poquito. Recomiendo leer Tu hijo, tu espejo escrito por la psicóloga mexicana Martha Alicia Chávez
Estos espejos son la única forma de que ellos puedan empezar a reconocerse como personas separadas del resto. Ésta función maravillosa, ayuda a construir una identidad. Todo lo que nuestro niño sienta que él “es” provendrá de lo que pueda ver reflejado en estos espejos parentales.
Fíjense en lo importante de reconocer ésta función: estamos emitiendo imágenes todo el tiempo. Imágenes, que los niños, asumen como verdaderas y las toman, haciendo de ellas su identidad propia.
Al nacer, los pequeños, vienen con un equipaje incompleto. Hay algo que les falta y es su propio “yo”. El bebé no puede distinguir donde termina él y comienza una nueva persona, ni reconocerse como una personita a sí mismo.
Ésto es algo que el pequeño irá construyendo de a poquito. Para eso, los niños traen consigo un montón de herramientas y recursos que les aseguran poder armarse ese sentido del yo, propio de la especie humana.
Estas herramientas necesitan que se les preste una ayuda importantísima que provendrá del contacto con sus papás y con todos las demás personas significativas.
Para construir este sentido de sí mismo, todo niño comienza recibiendo impresiones desde los sentidos y más adelante desde las palabras.
Será a partir de cómo su mamá lo baña, lo sostiene, lo alimenta; que el bebé recibirá sensaciones corporales y comenzará a experimentar la aceptación o el rechazo. Según como sea tratado, el bebé irá formando impresiones sobre sí mismo.
No es lo mismo alimentar a un bebé, atentos a sus movimientos y necesidades; que sostenerlo sin dirigirle la mirada mientras se realiza otra tarea.
Los bebés con sus herramientas naturales perciben y comienzan a armar imágenes de sí acordes al trato que reciben. Los padres (funcionando como espejos) les indican cuán valiosos son.
Cuando los bebés hayan crecido lo suficiente, recibirán impresiones desde las palabras que les sean dirigidas. Así, el espejo funciona enviando señales que el niño capta inmediatamente y las hace “identidad”.
Si nombramos a nuestro hijo constantemente “terremoto” o “niño malo”, no es de extrañar que el niño se vea en ésta imagen que armamos para él, y la tome como identidad propia. Se sirve de nuestras palabras, y hace con ellas lo que le indican: se convierte en un niño terremoto y lo refuerza, hasta que se hace parte de sí. El espejo ha funcionado. Con palabras hicimos una imagen, y el niño no pudo sinó valerse de ella.
No olvidemos que como padres somos las personas más valiosas para nuestros hijos. De ahí, el gran poder de nuestro trato y palabras hacia ellos.
Por eso puede ser importante ver qué tipo de imágenes nos encontramos emitiendo. ¿Qué palabras usamos para definirlos más a menudo? ¿Cuál es nuestra forma más común de tratarlos: retos, castigos, palabras negativas, descalificaciones?
Como espejos y referentes tenemos responsabilidades ineludibles. Saber que los niños se constituyen como personas, tomando muchísima información de sus padres, nos pone alerta sobre nuestras funciones. Sabemos así de la importancia de hacerles llegar imágenes capaces de ser constructivas y enriquecedoras para su identidad, y no demoledoras ni arrasantes. De eso se trata: espejos capaces de reflejar niños con brillos.
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